(Nota de Prensa)
En el debate suscitado por la economía compartida, otro punto clave es su convivencia con la vieja economía de entrega tradicional de productos y servicios. Las empresas habituadas a tener el monopolio de la oferta de contenidos, productos y servicios entran en una profunda crisis. Expresarse con contundencia también forma parte del concepto de la economía compartida, que suele usar tecnologías disruptivas, capaces de quebrar paradigmas.
La acción de las grandes empresas frente a la economía compartida es el tema del artículo “Adapting to the sharing economy”, de Kurt Matzler, Viktoria Veider y Wolfgang Kathan, de la Universidad de Innsbruck, de Austria. El texto resume una investigación de dos años realizada en la Universidad de Inssbruck con ejecutivos que busca identificar de qué manera las compañías pueden adaptarse a los cambios. Las grandes empresas tienen la fuerza de la marca y pueden usarla a su favor, señalan los autores: “Los consumidores prefieren los costos bajos que las compañías líderes –dentro de la economía compartida– tienden a ofrecer. Es una buena noticia para las compañías que buscan nuevas oportunidades en la economía compartida”.
El artículo indica caminos que las grandes empresas pueden seguir para sobrevivir e incluso destacarse en la economía compartida. La primera regla es: venda el uso, no el producto. En Liechtenstein, una compañía de la industria de la construcción superó la disminución de sus ventas ofreciendo a los clientes la opción de usar máquinas y herramientas mediante el sistema de leasing, con el pago de una tarifa mensual, incluidas eventuales reparaciones. Una empresa fabricante de automóviles se asoció con una de alquiler para ofrecer el servicio “car2go service”, que permite a los clientes alquilar un coche cuando se necesite, en vez de comprarlo.
En el caso de los pequeños y medianos negocios, la financiación más usada en este momento es el crowdfunding, que busca dinero en la propia audiencia. Es la tradicional “vaquita” del tiempo de nuestros abuelos, pero al usar Internet, lo que hacemos es hacer crecer el número de personas que aportan.
Sin importar si se trata de un CD, un portal de noticias, un proyecto social o un curso en el exterior, por ejemplo, siempre habrá posibilidad de obtener financiación para casi todo. En vez de pedir apoyo financiero únicamente en la vecindad, puede hacerse también en Internet.
Sin embargo, el crowdfunding aún no está completamente maduro en Latinoamérica, por lo que es necesario estar vacunado contra una visión excesivamente romántica de la economía compartida, esto es, recordar que no existe economía gratuita ni almuerzo gratis, pues al final, alguien tiene que pagar la cuenta.
Otros caminos son estimular la reutilización de productos y facilitar los servicios de mantenimiento y reparación, sin cobrar precios exorbitantes, como le debe haber pasado cuando su heladera dejó de funcionar y el arreglo le saldría tan caro que prefirió comprar una nueva. Buscar nuevos mercados y desarrollar modelos de negocio basados en el consumo colaborativo son opciones eficaces.
Al final, como no hay certezas en el mundo disruptivo, hay quienes se arriesgan a predecir la muerte precoz de la economía compartida y de su incapacidad de hacerle frente a la fuerza de las grandes compañías. A los gigantes de cada sector, frente a la pérdida frecuente de ingresos, no les queda más remedio que buscar alternativas y persuadir a los consumidores de que sí es posible hacer un uso colaborativo de sus productos y servicios, agregándole a la fuerza de la marca la capacidad de innovarse en medio de la tormenta.
Colaboración para la Revista TOTVS Experience, Edición #5.