Tras la publicación de la Resolución Ministerial N° 430-2020-MINEDU, que dispone que escolares puedan retornar de manera parcial a las aulas en las zonas rurales que estén libres o cuenten con escasos casos de COVID, se ha generado un agitado debate. ¿Deberían o no volver a clases presenciales sin tener una vacuna? La discusión entre la modalidad presencial o virtual es un tema central dada la coyuntura y pone de manifiesto la necesidad de repensar el sistema educativo.
En este contexto, Rafaela Diegoli, decana regional de la Escuela de Negocios del Instituto Tecnológico de Monterrey, indica la importancia de pensar en el público al cual se sirve: ¿qué es lo que quieren los alumnos y docentes? Al mover el salón de clase a las recámaras, mesas del comedor, o sillón del estudio, nos hemos encontrado con nuevos actores: padres, hermanos, mascotas. Esto nos lleva a cuestionar, ¿cuál será su rol en el proceso educativo universitario? Asimismo, ¿cuál es el rol de los colegios y universidades? Si ampliamos los espacios en que se da el aprendizaje, ¿cómo podemos aprovechar esta diversidad en el diseño pedagógico?
“Es importante aclarar que tanto la enseñanza presencial como la virtual implican distintos modelos y medios de enseñanza, cada una con distintos grados de interacción. Lo cual significa pensar a dónde, qué y cómo se debe enseñar”, indica Diegoli. Sin embargo, este debate intuye, erróneamente, que las modalidades son excluyentes: presencial o virtual.
“Es difícil imaginar que volveremos a la presencialidad sin un grado importante de virtualidad, pero es fundamental considerar que el acceso a internet, por mencionar un ejemplo, no es universal”, comenta la decana. Según datos del 2020 del INEI, por área de residencia en Lima Metropolitana, la población usuaria de Internet significó el 78,5%, mientras en el resto urbano el 64,2% y en el área rural el 23,8%. El privilegio que significa tener acceso a internet inhibe la posibilidad de continuar una apropiada educación digital, colocando en desventaja a muchos niños y jóvenes estudiantes.
Adicionalmente, a esta problemática, el tiempo frente a la pantalla ha traspasado todos los límites razonables, llegando a afectar la salud física y mental de los estudiantes. Dolores de cabeza, insomnio, depresión, entre otros son solo algunos de los problemas de pasar horas frente a una pantalla. “Todo tiempo de crisis es un tiempo de oportunidad. Hoy nos toca repensar cuál es el rol que tienen los colegios, universidades e institutos en la construcción de un futuro pleno para los jóvenes. Más allá de prepararlos para un trabajo, ¿cómo garantizamos el acceso a todos a una educación que desarrolle competencias transversales para la vida?”, finaliza Diegoli.