Fábricas paralizadas, precios al alza, producción insuficiente y constantes retrasos en la entrega de pedidos es parte de la realidad que hoy viven las industrias en todo el mundo. La escasez de chips ha puesto en jaque a la economía mundial y, en el corto plazo, no se ve una mejoría.
Las industrias tecnológicas y automotrices se han visto principalmente perjudicadas. El contexto es exigente: todos los productos digitales llevan chips. Los semiconductores son necesarios para construir los circuitos electrónicos de las tecnologías inteligentes: celulares, computadoras, tablets, lavadoras, televisores, consolas, wearables y puntos de acceso inalámbrico.
“Para hacernos una idea, según la última estimación de la Asociación de la Industria Mundial de Semiconductores, el mercado registró un crecimiento de US$468.000 millones en 2018. Después, en 2019, bajó en un 12%, para recuperarse sustancialmente en 2020, con un aumento del 6,5% y una facturación total de US $439.000 millones”, explica Ulrich Reiser, country manager de STG en Perú.
Con una capacidad productiva limitada, la demanda de semiconductores sólo va en aumento. Y en una economía digital cada vez más consolidada, solucionar este problema es esencial.
Producción localizada, costosa e ineficiente
Un semiconductor es una estructura delicada, en la que interactúan dispositivos microelectrónicos. Lo complejo de fabricarlo, además de lo costoso, es que implica 100 capas de material, salas libres de polvo, máquinas multimillonarias, estaño fundido y láseres. Todo ello en hasta tres meses de duración.
Por si fuera poco, en el mundo son solo tres las compañías que lo fabrican: TSMC en Taiwán, Samsung en Corea del Sur e Intel en Estados Unidos. Ahora bien, producto de los confinamientos, muchas compañías recortaron sus pedidos de chips, lo que llevó a que las tres empresas antes mencionadas, frenaran sus líneas de producción.
“Con la restricción de movilidad vino el teletrabajo, la educación a distancia y el entretenimiento remoto, provocando una demanda de dispositivos nunca antes vista. Es decir, vino una ola de solicitudes, pero no había stock”, detalla Reiser.
La solución parece simple: producir más. Sin embargo, abrir una fábrica, sumado a una inversión de más de US$10.000 millones, requiere de cuatro años desde que inicia su construcción hasta que esté operativa.
Consecuencias en la logística nacional
La situación también golpea a Perú paulatinamente. Esto puesto que, además de una importante escasez de dispositivos y soluciones logísticas, el poco stock existente no está disponible de manera inmediata por lo lento en las entregas. Por ende, se están aplazando contratos, planes y proyectos.
“En pleno apogeo del mercado tecnológico, hay un incremento en los precios y tiempos de adquisición. Con ello, muchas empresas han tenido que detener proyectos por la ausencia de dispositivos, perjudicando los contratos y promesas con el cliente final”, detalla Reiser.
La logística se compone de un ecosistema complementario entre software y hardware, siendo este último el que ha presentado un escenario crítico por la falta de semiconductores. Sin un stock disponible, se están tomando medidas como la anticipación en las compras pensando en el 2022.
“Las proyecciones sugieren un desabastecimiento de al menos un año más. A eso se suma la crisis en las cadenas de suministro, provocada por la interrupción de las actividades portuarias y de los camioneros tras la pandemia. Hoy hay escasez de contenedores, altos precios en los fletes y colapso total por las medidas sanitarias”, concluye Reiser.
La solución no parece cercana. Según IDC, la industria acabará por recuperar el equilibrio a mediados de 2022. Y, un año después, podría llegarse incluso a una situación de sobrecapacidad. Mientras, se sigue gestionando estratégicamente lo que viene.