Mario de la Cruz
Cisco México
Director Ejecutivo de Políticas Públicas y Relaciones con Gobierno
Se trata de una pregunta clásica que nos remonta, cuando menos, a la Revolución Industrial iniciada en el siglo XVIII. Desde entonces, se ha mantenido un debate alimentado por datos y cifras contrastantes que, sin embargo, dada la perspectiva histórica, nos permiten plantear hoy una respuesta amplia y rica en información.
Por tratarse de una cuestión compleja, que ha dado origen a movimientos sociales que incluso han tenido un carácter violento, en el pensamiento económico se desarrollaron herramientas y habilidades analíticas cada vez más sofisticadas para medir las inmensas variables derivadas del incesante avance tecnológico.
Así, un elemento fundamental lo representa el inmenso impacto que se observa en prácticamente todos los aspectos de la vida, lo mismo en medicina que en alimentación, entre tantos otros campos, sin obviar por supuesto los adelantos que hoy le permiten a buena parte de la población mundial una comunicación instantánea.
Pero si hemos de remitirnos a la cuestión básica, respecto a las afectaciones que la tecnología tendría en el mercado de trabajo, es importante considerar que la historia nos muestra que la correlación en ningún momento ha sido de suma cero, en donde una parte sólo puede ganar lo que la otra pierde. No es más un juego de suma y restas, sino de multiplicación.
Si bien es innegable que la automatización de procesos ha tenido un efecto en la disminución o cancelación de puestos específicos de trabajo, no es menor cierto que ello ha propiciado la creación de nuevas posibilidades de empleo, en las que se demanda de un incremento del conocimiento y las habilidades personales.
A poco más de tres siglos, es evidente que la sociedad ha podido asimilar los cambios tecnológicos, acortando los ciclos de estabilidad que caracterizaban la economía pre-industrial, en las que un oficio se ejercía durante generaciones. Hoy, no es infrecuente trazar una línea en la que se observa al abuelo obrero, al padre profesionista y al hijo con posgrados universitarios. Todos con esperanza y calidad de vida en aumento.
Actualmente, con la irrupción de la cuarta revolución industrial – la digitalización – y sus múltiples manifestaciones en la vida de personas y sociedades, a esa velocidad insólita que se nos ha vuelto costumbre, la cuestión cobra mayor fuerza. Y como es natural, la pregunta de hace tres siglos se modifica de varias formas.
Aunque continúa la interrogante de si la tecnología implica la pérdida de empleos, lo cual parece ser una constante a la que el tiempo ha respondido con la creación de nuevos empleos, impensables ayer, que demandan nuevos paradigmas y herramientas educativas, cuya evolución acelerada nos obliga a combinar el trabajo con el aula.
Estamos, pues, en los umbrales de una etapa que se regirá cada vez más por la misma dinámica de cambio e innovación, que no cesa de asombrarnos al conocer lo que el llamado internet de las cosas, acaso el ejemplo más acabado, pone a nuestro alcance día a día.
Lo que demuestra que el progreso de la humanidad tiene la forma de un espiral en ascenso, con simas y cimas, como es de esperarse en todo fenómeno humano. Y no se aprecian límites en el horizonte.
(Nota de Prensa)