Meng Wanzhou, Directora General de Finanzas de Huawei e hija del fundador de la compañía, divulgó un fragmento de su diario, la segunda comunicación pública tras haber sido liberada bajo fianza, luego su detención en Canadá el primero de diciembre pasado.
En esta publicación, la ejecutiva revela aspectos desconocidos de su personalidad y de la historia familiar. En el texto expresa cómo la pasó durante los últimos momentos de vida de su abuela, a los que su padre no pudo acudir por verse inmerso en los negocios y los momentos felices y difíciles que su familia paterna vivió durante muchos años.
Este es el extracto de su diario:
Cuando volví de Kunming quería escribir algo para mandárselo a mi abuela a la distancia. Pero durante un largo tiempo, cada vez que cerraba los ojos, me venía la imagen de la abuela recostada en la cama del hospital y no lograba calmar mis pensamientos. En los últimos días de mi abuela, mi hermano y yo éramos los nietos que teníamos más contacto con ella. Considero haber tenido mucha suerte ya que, cuando le quedaban unos pocos segundos de vida, pude estar a su lado; no como mi padre, que estaba de viaje de negocios en el exterior (…).
Cuando yo era una niña de tan solo cinco años, mi abuela vino a Chengdu para llevarme a Guizhou a estudiar. Esa fue la primera vez que la vi. En aquel entonces, yo tenía dos años menos que la edad escolar mínima y, por eso, no podía empezar la primaria en Chengdu. Por esa razón me enviaron a Guizhou a vivir con mi abuela. Recuerdo que al llegar a Guizhou me matriculó en la Escuela Primaria No. 3 de Duyun. Pero, en ese entonces, como yo era tan pequeña, todavía no estaba al nivel del resto de los estudiantes de primaria.
Es por ello por lo que todas las noches hacía las tareas de Matemáticas como si fueran un rompecabezas: 1+1 resultaba sencillo, ya que podía contar con los dedos, pero cuando eran sumas como 10 + 15, tenía que usar palillos para llegar al resultado. Ella me ayudaba con paciencia. De este modo, al lado de la abuelita y bajo la tenue luz de la lámpara, comenzó mi educación elemental.
La segunda vez que me llevaron a visitar a mi abuela ya estaba en primer año de la secundaria. En ese momento mi padre tenía un puesto en el área de ingeniería civil en la milicia china y, por algunas reducciones en las tropas, tuvo que viajar a la desértica Shenzhen (…). Como temía afectar los estudios de mi hermano y los míos, nos enviaron de Jinan a Guizhou. Recuerdo que en Jinan estudiábamos en una primaria rural con una mala calidad. Además, mi hermano y yo jugábamos en el campo todo el día, cazando saltamontes y recogiendo flores silvestres.
Si bien nuestra infancia fue inolvidable, nuestro nivel educativo no era bueno; de hecho, ocupé el último lugar en el examen en la Escuela Secundaria No. 1 de Duyun. En ese momento, mi abuelo era director de la escuela y mi abuela, maestra superior de Matemáticas. Realmente sentía que no les había dado ninguna satisfacción en ese ámbito y me sentía muy avergonzada. Justamente por eso quise hacer un doctorado, siempre quise que mis abuelos se sintieran orgullosos de mí (…).
Lo que me entristece es que ahora la abuela solo puede recibir las buenas noticias acerca de mí en otro mundo. Cuando estudiaba Geometría en el segundo año de la escuela secundaria, me tocó mi abuela como profesora. No solo daba la clase, sino que también me daba lecciones particulares. Además, si bien yo era una niña, ya tenía sentido del honor. Trabajé duro y, por fin, logré mejorar mis notas. La abuela era una persona imparcial. Recuerdo que en un examen, con mucho esfuerzo, logré sacar la mejor calificación, pero como ella había corregido mi examen, quiso invitar a otros profesores a revisarlo también. Esta fue la única vez que saqué 100 puntos en mi vida, gracias a mi abuela y su atención (…). Con 77 años, ¿cuántas veces habrá tenido que ir al mercado para comprar 35 kilos de carne de cerdo? Y, ¿cuánto tiempo habrá tardado en preparar las salchichas? Además, una vez que las preparaba, tenía que esperar a que no hubiera nadie en el patio para poder colgarlas en las ramas del ciprés y, así, poder ahumarlas.
En aquel entonces, el tener una salchicha para la familia era resultado de mucho trabajo y esfuerzo, debido a la situación económica tan crítica en China. Recuerdo que cada vez que llamaba por teléfono a mi abuela, siempre me decía cuántas salchichas había preparado ese día. Al venir eso a mi memoria, no puedo dejar de sentir melancolía. Cuando la abuela estaba conmigo no me parecía nada extraordinario. Pero cuando se fue, me di cuenta de que ella era el sostén de la familia. Cuando nos iba bien, siempre queríamos contarle, cada vez que mi padre salía de viaje de negocios la llamaba para dejarla tranquila. Aunque la abuela ya tenía sus años y, en muchas ocasiones, no podía seguir el ritmo de la época, siempre lo intentaba y estaba dispuesta a entender y aceptar nuestra forma de vida. Justamente por eso la queríamos tanto. Mi tía me contó que una semana antes de su muerte, la abuela dijo que compraría un disco para aprender a cantar karaoke y poder hacer una presentación ante nosotros durante el venidero Festival de Primavera.
Hoy, mi querida abuela ya está en el cielo lejano y no sé si podrá oírnos. Lo único que nos consuela es saber que se fue a reunir con el abuelo.